“Leo la noticia en el periódico y me angustia, me llena de rabia. La muerte de un hombre atropellado en el barrio de Chueca. Una noticia insignificante, de esas que pasan desapercibidas. Pero no para mí. Yo sé que ha sido un nuevo crimen. Y sé que ya no puedo seguir escondido por más tiempo. Tengo que actuar. “ “El primer crimen ocurrió por la noche, en el paseo de Recoletos el 1 de abril de 1975. En los años de plomo del Franquismo. Un chico joven, un homosexual, fue la víctima. Recuerdo su mirada angustiada. Entonces no sabía su nombre, ahora sí… Ahora sé que era alguien maravilloso, sensible. No hice nada para evitarlo. “ “Alguien sopla las velas de una tarta. Mi madre me abraza. Una canción… una carrera por el parque. La casa vacía en silencio. Me he portado mal, y mi madre ya no está para protegerme. Me escondo asustado debajo de la cama. Oigo la voz amenazante de mi padre. Cierro los ojos. “ “No tardan en colocarme el micrófono. Cinta americana alrededor del pecho. Hacen pruebas. Me dicen que hable… Todo va bien. Me pongo la camisa con cuidado. La corbata y finalmente la chaqueta. No sé si pasa un segundo, o una eternidad. El silencio se puede cortar con un cuchillo. Me cuesta hablar. Y temo que, cuando menos me lo espere, se abalanzarán sobre mí, y me sacarán la verdad a golpes. No les costará demasiado. Y el plan… Todo a la puta mierda… Se acabó. Ahora, en este momento, Jim Morrison, cantaría las últimas estrofas de su tema “The end” “… El fin de las risas y las dulces mentiras… Este es el fiiiinnnnn.” El final de las dulces mentiras es la historia de una venganza larvada durante más de cuarenta años de silencio. Una travesía que empieza en el dolor, la locura, el odio más irracional, el crimen. Pero también en el amor más auténtico… en la inocencia, en la búsqueda del niño que un día olvidaste. Un largo camino que conduce a la redención, al perdón. La verdad, si es que existe, a veces es terrible, definitiva, tajante, y se abre paso a golpes, sin miramientos, sin palabras delicadas. Y si tiene que hacer daño, lo hace. Y no sirven las dulces mentiras… Esas mentiras que nos permiten seguir viviendo, que nos ayudan a levantarnos cada día, respirar… peinarnos… salir a la calle.